lunes, 24 de agosto de 2009

Viaje al campo de los deseos

Cuando me propusieron el viaje, intenté negarme de plano, con las primeras 3 opciones del manual de las excusas... pero fue en vano. Mis amigos habían ya editado el tercer tomo del mismo y tenían todas las estrategias para rebatirme, argumento por argumento. Sólo tuve que decir que sí, y elegir un nombre ficticio que me diera una nueva identidad y, porque no, una preciosa inmunidad.

Los primeros 200km fueron de "acquantancy talking", algo asi como un sucinto repaso de lo más saliente de las nuevas personalidades adquiridas apenas cruzada la Gral. Paz. Los siguientes 150km pasaron a ser testigos de las múltiples estrategias del backgamon social que predispondría un panorama con pocos dados, pocas fichas, pero muchos jugadores.

Una vez llegados, tuvimos la recepción del caso según las costumbres del pueblo y también una oportunidad para hacer un segundo repaso de las personalidades asignadas para la ocasión. Primera noche de estudio y reformulación de estrategias.

El amanecer en el campo ya presagiaba intensas batallas, en principio dentro de las reglas de juego, donde cada uno acomodaba sus fichas en una partida que se percibía iba a definirse a la caida del sol. Prolijamente, cada jugador fue midiendo milimétricamente sus movimientos... para reservar su estocada para el segundo preciso.

En el instante en el que el sol dejó de asomarse de este lado del mundo, el tablero giró, rotó y calzó con una dinámica digna de los días más hormonales del verano... a pesar de estar en una fría noche de abril. El juego de las manitos, las medidas de gin de las chicas, sumadas a las generosas medidas de ginebra de los chicos fueron, poco a poco, gestando la explosión final.

Pese a las intensas y vanas resistencias, los umbrales fueron superados... y si bien será muy difícil conseguir testimonios fidedignos que lo corroboren... dos pasos más allá de esos límites quedaron los momentos más jugosos e intensos de un viaje que, incluso mucho antes de nacer, tuvo un destino sordidamente pecaminoso.

Wilson W.

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